



En esa época Cortés llegó a tierras mayas donde los moradores en lugar de pelear contra los españoles ofrecieron comodidades como oro, vestido, esclavos y veinte mujeres entre ellas Malintzi. Como Cortés era acompañado del traductor Jerónimo Aguilar quien era además presbítero se dedicaron a lo conversión de los mayas y en Marzo de 1519 Malintzi fue bautizada con el nombre de Marina.
Hernán Cortés obsequió las mujeres a sus militares y Marina al capitán Alonso Hernández Portocarrero.
Cuando la Expedición llego a tierras de habla náhuatl y Cortés tuvo la necesidad de entablar comunicación con los embajadores de Moctezuma, Marina intercambió algunas palabras con ellos pues la lengua que Aguilar dominaba era el maya y el español más no el náhuatl, fue entonces como la vida de Marina cambio y paso a ser la secretaria de Cortés, interpretando de náhuatl a maya para que Aguilar interpretara de maya a español, conforme fue pasando el tiempo amplio sus conocimientos lingüísticos y se convirtió en la mujer de Cortés dándole un hijo que le llamaron Martín Cortés.
Sin duda Doña Marina fue una pieza clave en la comunicación entre los españoles y líderes de la antigua América entre ellos contamos a los Tlaxcaltecas, que estaban en busca de aliados para combatir y erradicar las brutales exigencias y sacrificios de los Aztecas.
En 1524 Marina acompaño a Cortés en uno de sus viajes, pero al pasar por Orizaba, éste decidió casarla con un noble Teniente nombrado Juan Jamarillo con quien tiempo más tarde tendrían una hija.
Para 1528 Cortés regreso a España y con él se llevo a Martín Cortés, Marina Nunca supo más de su hijo.
Para algunos Doña Marina fue una traidora, aunque para otros es considerada como la madre de la nación mexicana.

LA MALINTZI
Visible desde el más recóndito rincón del estado, la Matlalcuéyatl, Diosa Madre del Agua, se eleva sólida y majestuosa como centinela del Parque Nacional La Malinche, que con sus 45,700 hectáreas provee de servicios ambientales y recursos naturales a todo Tlaxcala. Es la quinta cumbre de México con 4,461 metros de altura sobre el nivel del mar.
Atardece y el sol baña de cobre el gran macizo de arena y piedra. La vista es casi una postal, pero desaparece rápidamente pues nos internamos en los densos bosques de coníferas que rodean al Centro Vacacional Malintzi del IMSS, destino final de la jornada en automóvil.
El espectáculo de luz y sonido es grandioso; los últimos rayos del sol se filtran entre los árboles mientras cientos de aves en frenéticos cantos se preparan para la noche.
De madrugada levantamos el campamento e iniciamos la travesía. Los primeros rayos del sol se filtran entre los árboles brindando el “show” de luces en versión matutina. La ruta del bosque es muy gratificante, pues empieza con pendientes moderadas que permiten una rápida aclimatación, no obstante es un trayecto largo y por momentos bastante empinado. Al cabo de una hora dejamos las faldas y llegamos a la base del volcán.
Ya en plena zona alpina, la Diosa del Agua, despojada de todo verdor, se muestra imponente en su árido traje de arena y roca. La recepción es fuerte: un empinado arenal, al que hemos bautizado como “el pavito” por la silueta que dibujan las rocas aledañas, verdaderamente pone a prueba la paciencia. Un pasito adelante y medio hacia atrás es el son de los arenales. Como gratificación al esfuerzo, la vista del valle tlaxcalteca confiere los ánimos para seguir adelante.
El viento sopla tan fuerte y es tan frío que resulta inevitable pensar, sin ánimos de contrariar la cosmogonía de los antiguos tlaxcaltecas, que La Malinche debería ser la morada de un dios dual, estilo Shiva-Shakti, pero en este caso Matlalcuéyatl-Ehécatl, este último Dios del viento.
La cumbre
La cresta superior, pese a sus más de 4,000 msnm, se convierte en un gozoso trámite hacia la cumbre. Así, entre rocas y un magnífico panorama de 360º llegamos a nuestro destino. Tengo la dicha de conocer las cumbres de todas las altas montañas de México y, aunque en cumbres se rompen géneros, la de La Malinche me parece la más amable y bella de todas. Las barrancas de San Juan, el antiguo cráter y la vastedad del paisaje hacen de esta cumbre una belleza sin igual. En días claros, se puede ver el Pico de Orizaba, el Popo y el Izta, y en días con nubes se está muy cerca del cielo.
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